
“En la luz del Amor, la Sabiduría me enseña y me ordena decir cómo fui introducida en estas visiones. Las palabras que yo hablo no son mías, sino que la verdadera Sabiduría las pronuncia a través de mí y me dice así...” Hildegard Von Bingen(1098-1179)
En 1136, Jutta murió y Hildegard -a pesar de ser muy joven- asumió el mando del convento. A la edad de cuarenta y dos años, le sobrevino el despertar religioso, el episodio de visiones más fuerte que tuvo, y durante el cual recibió la misión de predicar sus visiones y la comprensión religiosa que le había sido otorgada.
A partir de ahí, Hildegard escribe sus experiencias. De los nueve libros que escribió, se destacan Scivias -de corte místico-, Liber Vitae Meritorum -sobre ética- y Operatione Dei -sobre teología. Otro de sus libros, el Liber Simplicis Medicinae es importantísimo para la medicina, pues en el se hace un acercamiento a la ciencia de curar desde la perspectiva olística, incluyendo conocimientos de botánica y de bilogía. De la misma forma, el Liber Compositae Medicinae trata sobre las enfermedades, pero desde el punto de vista teórico y explica sus causas y síntomas.
Pero, Hildegard no sólo se dedicó a escribir, si no que además compuso música y escribó setenta y siete canciones aproximadamente, y una ópera Ordo Virtutum, por la cual se ha dicho que la compositora fue más allá de las normas de la música medieval y le otorgó un nuevo lenguaje.
En cuanto a su relación con la Iglesia, no siempre fue amorosa, pues Hildegard atacó seriamente las costumbres de ésta y la denunció por corrupta y por no seguir los preceptos de compasión realmente. Además, la desafiaba constantemente y en una época en que no había duda de la culpabilidad de Eva, ella se limitó a decir que Eva no había cometido falta, sino que era una víctima engañada por Satán, quien le envidiaba a la mujer su capacidad de dar vida. Por si fuera poco, se atrevió a visualizar el acto sexual como una unión espiritual que iba más allá de la procreación.
La relación con la Iglesia alcanzó su crisis, cuando Hildegard y las mojas del convento Rupertsburgo que ella había fundado (se llama así por un santo del que ella escribió la biografía) le dieron sepultura en el cementerio de su convento a un joven revolucionario, que había sido excomulgado por el arzobispo. Así, según la Iglesia el joven no merecía santa sepultura, pero Hildegard insitía en que él se había arrepentido. Se negó a desenterrarlo e incluso hizo desaparecer cualquier rastro de entierro, para que nadie se atreviera a buscarlo.
La Iglesia decidió perdonarla y pocos años depués, esta polifacética y mística mujer murió. Hubo varias tentativas de canonizarla, y aunque esto nunca se llegó a dar, popularmente se reconoce como santa e incluso el Papa Juan Pablo II la reconoció como "una mujer santa".